El Espíritu Santo

Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. (Juan 14:26)

 

Por causa de las muchas enseñanzas erróneas acerca del Espíritu Santo que han sido propagadas en todas partes, millares de personas que profesan creer en el Señor Jesucristo viven en la más completa confusión e incertidumbre.

Sin duda, se trata de una de las doctrinas principales que «los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición (2ª Pedro 3:16). Por consiguiente nos proponemos examinar algunas de las distinciones y contrastes en el ministerio del Espíritu Santo, que tenemos que comprender para «trazar bien la Palabra de verdad» en lo referente a Él. (2ª Timoteo 2:15).

1ª DISTINCIÓN: EL ESPÍRITU SANTO ES UNA PERSONA, NO UN PODER

El Espíritu Santo no es una «influencia benéfica», «una fuerza impulsora», «un poder mágico», «una emanación» o «una corriente», ni siquiera es un «atributo» de Dios. Tampoco es una entidad nebulosa o abstracta que nosotros podamos adquirir para alcanzar las cumbres de nuestra experiencia cristiana, o para hacer obras milagrosas con que asombrar a la gente. Empero, el Espíritu Santo sí es una PERSONA DIVINA, santa, soberana, infinitamente poderosa, sabia y bondadosa. Así como el Padre y el Hijo son Personas, el Espíritu Santo es la tercera Persona gloriosa de la Trinidad divina (Mateo 28:19). Siendo Dios mismo, el Espíritu Santo desea ejercer su dominio y voluntad en nuestra vida, para usarnos según Su propósito.

Esta es en verdad una fundamental distinción. Conviene, pues, que cada hijo de Dios se rinda al control del Espíritu Santo, sin reservas y de todo corazón, para que cumpla en él todo lo que el Espíritu vino a hacer.

En prueba de lo que afirmamos, consideremos lo siguiente:

1) Que el Espíritu Santo manifiesta todos los atributos de personalidad
Voluntad (1ª Cor. 12:11) Mente (Romanos 8:27) Conocimiento (1ª Cor. 2:10-11) Amor (Rom.15:30) Palabra (Mr. 13:11; Hch. 1:16; 13:2; 21:11; 28:25; He.3:7)

2) Que el Espíritu Santo es el verdadero autor (e inspirador) de las Escrituras,
(1ª Pedro 1:10-12; 2ª Pedro 1:21),
el enseñador (Jn.14:26; 1ª Cor.2:13) y el testigo ( Hch. 5:32; He. 10:15; 1ª Jn. 5:7)

3) Que el Espíritu Santo es el «parakletos» (Jn. 14:16) Aunque en nuestro idioma el término se traduce: «consolador», este significado es muy limitado como para expresar plenamente la amplitud del contenido del vocablo griego original. Básicamente se refiere a alguien mandado a llamar para ayudar en algo y cumplir determinado servicio. El Señor Jesucristo, habiendo ascendido al cielo, ha enviado al Espíritu Santo, delegándole diferentes funciones. En relación con los creyentes su ocupación es ayudarlos, consolarlos, enseñarles, guiarlos y fortalecerlos, entre otros cometidos que desarrolla para la gloria del Señor. Asimismo en el ámbito de la Iglesia tiene facultades supremas para: a) enviar obreros a la obra (Hch.13:2 y

 4) b) dirigir la obra evangelizadora, o misionera (Hch. 11:12; 16:6) c) Constituir obispos (sobreveedores) dentro de las iglesias Hch. 20:28) d) establecer las normas de vida, obra y orden en las iglesias (Hch. 15:28-29)

El Espíritu Santo es, entonces, el verdadero vicario de Cristo a la Iglesia, como que es el único encargado de representar en la tierra al Señor en la continuación de Su obra. (Es blasfemia llamar a un mero hombre pecador «el vicario de Jesucristo»).

4) Que el Espíritu Santo es tratado como se la trata a una persona
Los hombres le mienten (Hch. 5:3) – Lo tientan (o prueban) (Hch. 5:9) – Lo resisten (Hch. 7:51) – Lo contristan (Ef.4:30) – Lo afrentan (Heb. 10:29) – Blasfeman contra Él (Mr. 3:29)

5) La obra que el Espíritu Santo hace entre los creyentes también demuestra que es una Persona
Los regenera y renueva (Tito 3:5) – Los guía (Lc.4:1 Ro.8:14) – Los fortalece (Hch. 9:31) – Los consuela (Jn. 16:7) – Derrama el amor de Dios en sus corazones (Ro. 5:5) – Los santifica (Ro. 15:16) – Tiene comunión con ellos (2ª Cor.13:14) – Les da poder para una vida santa (1ª Cor. 6:11) – Les da poder para todo servicio (Hch. 1:8; 1ª Tes. 1:5; Heb. 2:4)

2ª DISTINCIÓN: EL MINISTERIO DEL ESPÍRITU SANTO ANTES Y DESPUÉS DEL DÍA DE PENTECOSTÉS

1) Antes de Pentecostés «no había venido el Espíritu Santo porque Jesús no había sido aún glorificado» (Juan 7:39)
Si bien es cierto que Dios, en sus tres personas, Padre Hijo y Espíritu Santo, es omnipresente (es decir, que está presente simultáneamente en todas partes), debemos considerar que el Espíritu Santo, antes del acontecimiento de Pentecostés, habitaba en el cielo con el Padre en un sentido distinto de como estaba en la tierra. De la misma manera, el Hijo omnipresente estaba con el Padre en el cielo antes de venir a la tierra naciendo en Belén, y ahora está otra vez en el cielo a la diestra de Dios, en un sentido muy diferente de como está al mismo tiempo en la tierra. Todo esto, por cierto, es de una dimensión insondable, imposible de comprender con nuestras mentes finitas, pero lo creemos porque Dios mismo así lo ha revelado en Su Palabra.

El Señor dijo: «Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.» (Jn.16:7) El Espíritu Santo no podía venir hasta que la deuda del pecado fuese liquidada enteramente a plena satisfacción de Dios (Jn. 7:37-39) Los sacrificios levíticos no eran nada más que promesas a pagar (pagarés) pero en virtud de ellos Dios cubrió y pasó por alto, en su paciencia, los pecados pasados de los israelitas en anticipación a la cruz. Pero los pecados no fueron quitados (Hch. 17:30; Heb. 10:4) Después, en la cruz, cuando el Señor Jesús, el Cordero de Dios, quitó el pecado del mundo de una vez para siempre, abrió la puerta para el recibimiento del Espíritu Santo (Jn.1:29; Rom.3:25).

2) En el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo venía sobre ciertos hombres para un servicio peculiar.
Bezaleel (Éx. 31:1-4), Balaam (Nm.24:2), Samsón (Jue.14:6 y 19), Saúl (1º Sam. 10:10) Ezequiel (Ez. 2:2 y 3:24), entre otros. Aunque en el A.T. dice que el Espíritu Santo llenaba ciertas personas, nunca leemos que Él «moraba» en corazón alguno. Otra característica era que el Espíritu venía solamente sobre algunas personas, no sobre todo el pueblo de Dios, y se retiraba cuando y como quería, según Su soberana voluntad.

3) En los libros del Evangelio comprobamos que hasta Pentecostés el Espíritu siguió, en líneas generales, el mismo ministerio.
Juan el Bautista (Lc. 1:15 ), Simeón (Lc. 2:25 y 27), y el Señor (Mt.12:28, Lc. 4:14 y 18, Hch. 1:2) Sin duda, los milagros que hicieron los discípulos fueron hechos en el poder del Espíritu Santo. Sin embargo fue durante ese mismo período que el Señor les prometió que mandaría al Espíritu para estar en ellos para siempre (Lc.24:49, Jn. 14:16, 17, 26; 15:26, 16:13-14, Hch.1:4-5). Por lo tanto, el Espíritu estaba con ellos pero aún no estaba en ellos. «El Espíritu de verdad… mora con vosotros, y estará en vosotros.» (Jn. 14:17)

 EL MINISTERIO DEL ESPÍRITU SANTO EN EL DÍA DE PENTECOSTÉS

Cuatro cosas acontecieron en relación con el ministerio del espíritu Santo en el día de Pentecostés:

1) El Espíritu vino del Padre a la tierra para establecer su residencia en todos los hijos de Dios. En Hechos 2:1-4 leemos: «Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos (como 120 discípulos, según Hch.1:15-) unánimes juntos. Y de repente VINO DEL CIELO un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo…» Es útil considerar que no se trataba en realidad de viento, sino de un estruendo como de un viento, y no se les aparecieron lenguas de fuego verdadero, sino de lenguas como de fuego.
Ambas figuras, el viento (Jn.3:8) y el fuego (Mt.3:11) simbolizan al Espíritu Santo. Sin duda, lo que ocurrió aquel día fue de trascendental importancia para la iglesia, por cuanto todos y cada uno de los creyentes fueron hechos morada del Espíritu Santo.

2) Todos fueron bautizados con el Espíritu Santo (Hch.1:5)
El bautismo con el Espíritu Santo no es una experiencia extática que nos otorga poder para predicar sermones poderosos, obrar milagros maravillosos y hablar en lenguas extrañas. El bautismo con el Espíritu Santo es la obra de Cristo, mediante el Espíritu Santo, por la cual el creyente es unido a Cristo y a todos los demás que son de Él.

El bautismo con el Espíritu es lo que hace la diferencia entre la posición del incrédulo y la del creyente delante de Dios. El incrédulo está en Adán y en la carne, el creyente está en Cristo. Pero, ¿Cómo llegó a estar en Cristo? Por el bautismo con el Espíritu Santo. En el instante en que uno recibe a Cristo como Salvador, su posición es cambiada totalmente delante de Dios, de manera que su identidad se sumerge en la de Cristo, como dice la Escritura: «Porque por (o con) un solo Espíritu fuimos todos (los que creemos) bautizados en un cuerpo.» (1ª Cor.12:13). Este cuerpo es Cristo (Col. 2:17) y su Iglesia (Ef. 1:22-23 y 5:30).

Entonces, en el día de Pentecostés, por el bautismo con el Espíritu Santo, se formó el cuerpo de Cristo en la tierra, que es la Iglesia.

El Señor declaró «sobre esta roca» es decir, sobre sí mismo (1ª Cor.3:11) «edificaré (tiempo futuro) mi iglesia» (Mateo 16:18). Después de Pentecostés la Escritura dice: «Y el Señor añadía (por medio del bautismo con el Espíritu) cada día a la Iglesia los que habían de ser salvos» ( (Hechos 2:47).

3) Todos fueron llenos del Espíritu Santo (Hch. 2:4a)
Significa que fueron totalmente controlados, o dominados por el Espíritu Santo. Nadie es completamente autónomo. Cada persona está gobernada por alguien. Los creyentes espirituales se sujetan al Espíritu Santo. El incrédulo está sometido a Satanás, por medio de su naturaleza carnal. Asimismo, los creyentes carnales le dan lugar al diablo, por no sujetarse al Espíritu Santo, y actúan según su naturaleza carnal, «Y los que viven según la carne (en sujeción a los deseos de la carne) no pueden agradar a Dios. (Rom.8:8).

4) Y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen (Hch. 2:4b)
Lo que ocurrió en el día de Pentecostés presenta notables comparaciones y contrastes con lo que aconteció cuando Dios confundió las lenguas en la tierra de Sinar:

a) En Sinar el hombre se proponía edificar una ciudad y una torre (Gn.11:4) En Pentecostés, Cristo comenzó a edificar Su Iglesia. (Mt.16:18), la cual es la Nueva Jerusalén (Apoc. 21:2).

La torre de Babel fue construida de ladrillos de barro, figura de las filosofías y religiones humanas. La Iglesia está siendo edificada de piedras vivas, es decir, creyentes (1ª Pedro 2:4-5), sobre la Roca, que es Jesucristo. (1ªCor 3:11).
b) En ambos casos, Dios descendió a la tierra. (Comp. Gn.11:5 con Hch.2:2). c) En ambos casos, ocurrió un notable milagro. En Sinar Jehová confundió el lenguaje de manera que ninguno entendía el habla de su compañero. (G.11:7)
En Pentecostés, cada uno les oía hablar (a los creyentes) en su propio idioma (Hechos 2:6-11).
d) En ambos casos, el efecto del milagro de las lenguas fue universal «En toda la tierra» (Gn.11:9) «De todas las naciones bajo el cielo» (Hch.2:5).e) Como resultado de la confusión de lenguas, los hombres fueron esparcidos sobre la faz de la tierra (Gn.11:8), pero el milagro de las lenguas en Pentecostés fue una manifestación visible de que los creyentes se unían en uno para formar la Iglesia (Hch.2:41-47).
f) La confusión de lenguas fue un terrible castigo de Dios, con enormes consecuencias a lo largo de toda la historia del mundo. El milagro de las lenguas en Pentecostés fue una señal para atraer particularmente la atención de los judíos incrédulos (1ª Cor.14:21-22). Con el desarrollo de la iglesia, la necesidad de señales cesó. Sin embargo, aquella fue una bendición incalculable que dejó sus efectos en todo el mundo, y especialmente en la Iglesia. Así se proclamó a todos el gran hecho de que el Espíritu Santo había venido para que el bendito Evangelio se hiciera conocer a todas las naciones bajo el cielo, y aunque ningún gentil estuvo presente cuando aquello ocurrió, los idiomas de los gentiles fueron oídos de labios judíos, mostrando que el Evangelio sería predicado hasta lo último de la tierra.

Así como no se puede repetir el nacimiento o la crucifixión del Señor Jesucristo, tampoco puede repetirse la experiencia de Pentecostés. Fue una manifestación maravillosa del poder milagroso de Dios en el cumplimiento de Su Palabra..

Los libros del Evangelio (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), y el libro de Los Hechos, representan un intervalo de transición entre las relaciones del Espíritu según la revelación del Antiguo Testamento y las que son permanentes en esta dispensación de la Gracia de Dios. Los ejemplos de las experiencias con el Espíritu Santo que se registran en Hechos, no son necesariamente los mismos que debemos esperar en el día de hoy.

EL MINISTERIO DEL ESPÍRITU SANTO DESPUÉS DEL DÍA DE PENTECOSTÉS

El señor, respecto del Espíritu Santo, había dicho: «estará en vosotros» Una de las características de la presente dispensación de gracia, que comenzó el día de Pentecostés, es que el Espíritu Santo mora en todos los verdaderos cristianos. (Ro. 8:9-11, Gá. 4:6, Ef. 2:22, 1ª Cor. 6:19). Esto es verdad no solamente en el caso de creyentes especiales o muy adelantados y espirituales, dotados de muchos dones del Espíritu. Entre los corintios, por ejemplo, había creyentes manifiestamente carnales. No obstante el apóstol les escribió así: «¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? (1ª Cor.3:16 Comp .v.3)

Tampoco es necesario agonizar, o siquiera pedir que venga el Espíritu, porque ya está en cada genuino creyente. En el instante en que uno recibe a Cristo como su único y suficiente Salvador, por la fe y de todo corazón, el Espíritu entra en su vida, para morar en él para siempre. «Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.» (Rom.8:9)

No obstante, según el relato de las Escrituras del Nuevo Testamento, hay dos ocasiones especiales, al principio de la Iglesia, en que los creyentes recibieron el Espíritu Santo recién cuando los apóstoles les impusieron las manos. Se trata del caso de los samaritanos, en Hechos 8:17, y el de los discípulos de Juan el Bautista, en Hechos 19, (que habían sido bautizados en el bautismo de arrepentimiento, de Juan) Éstos últimos no habían comprendido debidamente el Evangelio hasta que Pablo los instruyó. Al creer, fueron bautizados nuevamente, esta vez en el bautismo cristiano, «y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban» (v.6).
Aquí debemos recordar que el rito judío de la imposición de manos, en relación con la recepción del Espíritu Santo, fue administrado por los apóstoles como un testimonio simbólico de la plena identificación de los creyentes de distinto origen étnico o religioso, con los judíos cristianos, y viceversa, mostrando el fin de sus ancestrales desavenencias cuando éstas eran particularmente ostensibles en algún lugar.
En el primer caso, en Samaria (Hechos 8:17), era por demás evidente la hostilidad que existía entre samaritanos y judíos (que según Juan 4:9 no se trataban entre sí).

En el segundo caso, en Efeso (Hechos 19:6), igualmente notamos la rivalidad existente entre judíos y gentiles, que se confirma por el v.34: «Pero cuando le reconocieron que era judío, todos a una voz gritaron casi por dos horas: ¡Grande es Diana de los efesios!»

Entonces, por medio de la imposición de manos era necesario hacer notorio que aquellos creyentes, que originalmente procedían de grupos naturalmente antagónicos e irreconciliables, se identificaban definitivamente entre sí, y con todos los demás cristianos, tal como lo expresa la Palabra de Dios en Santiago 2:1: «Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo, sea sin acepción de personas». Simultáneamente recibieron el Espíritu Santo, y fueron hechos participantes de un mismo cuerpo.

Así, sin exclusión alguna, el testimonio del Evangelio pudo proseguir poderosamente, tanto en Samaria, donde «en muchas de las poblaciones de los samaritanos anunciaron el evangelio (Hch.8:25), como en Efeso y lugares de influencia, «de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la Palabra del Señor Jesús. (Hch.19:10).

Reiteramos, entonces, que la imposición de manos era sólo una señal exterior visible, (simultánea con la recepción del Espíritu Santo, pero no necesariamente vinculante) que tenía por objeto «identificar» simbólicamente en uno a los creyentes que se encontraban en las condiciones antes señaladas, samaritanos con judíos, y judíos con gentiles, evitando que sus divergencias se perpetuaran en la iglesia; mientras que el bautismo por el Espíritu Santo los introducía efectivamente, de un modo invisible, pero real, en un mismo cuerpo (la Iglesia).

Aquello se hace claro en el caso de Cornelio, relatado en Hch.10, donde notamos que no hubo imposición de manos, ya que, pesar de ser gentil, simpatizaba abiertamente con los judíos, no existiendo ningún antagonismo manifiesto.

En cambio, Pablo recuperó la vista y fue lleno del espíritu Santo recién cuando Ananías le impuso las manos Todos sabían que Pablo había sido un enemigo declarado de los cristianos. (Hch. 9:13 y 21) Por la imposición de manos se identificó con ellos.

Cumplido el objetivo inicial, la imposición de manos perdió su finalidad. Quien cree en el Señor Jesucristo y lo recibe como su Salvador, recibe inmediatamente el Espíritu Santo, sin ninguna intermediación humana, «En Él (en Cristo) también vosotros, habiendo oído la Palabra de Verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en Él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa.» (Ef.1:13).

3ª DISTINCIÓN: LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU SANTO: «MORANDO» EN EL CREYENTE y «LLENANDO» AL CREYENTE. 

a) LA HABITACIÓN O MORADA DEL ESPÍRITU SANTO. La Biblia menciona diferentes templos establecidos en distintos tiempos para la habitación de Dios en la tierra.

1) EL TABERNÁCULO (Tienda sagrada judaica): Fue la primera morada de Dios en la tierra (Éxodo 25:8 y 34:26) Cuando fue dedicado, «una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo.» Era el sitio de la adoración de Jehová (Éxodo 33:7-11), durante los primeros quinientos años después de la liberación de Israel de la tierra de Egipto.

2) EL TEMPLO: Cuando los israelitas ya estaban establecidos en la tierra prometida, Salomón construyó un templo de piedras en Jerusalén. En la dedicación del mismo, Salomón dijo: «Yo, pues, he edificado una casa de morada para ti, y una habitación en que mores para siempre.» (2º Cr.6:2) Y leemos que «no podían los sacerdotes estar allí para ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios.» (2º Cr.5:14). Sin embargo, resulta evidente, como dijo Esteban, que «el Altísimo no habita en templos hechos de mano.» (Hch. 7:47-50).

No muchos años después, cuando la medida de la maldad de los israelitas había llegado a su colmo, el resplandor de la gloria de Jehová abandonó el templo por completo. (Ez. 10:4, 18, 19, 11:22 y 23). Poco después, Nabucodonosor destruyó el templo y dejó la santa ciudad en ruinas.

3) EL CUERPO DEL SEÑOR JESÚS también era un templo (Jn.2:19-21). Juan dice del Señor: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como la del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad (Jn.1:14). La palabra que se traduce como «habitó» realmente significa que el Señor Jesús hizo su tabernáculo entre los hombres. Los judíos procuraron destruir ese maravilloso templo cuando crucificaron al Señor, pero Dios lo levantó tres días después.

4) LA IGLESIA DEL SEÑOR JESUCRISTO: En el Nuevo Testamento tenemos la revelación más maravillosa: que la Iglesia del Señor Jesucristo, es ahora «templo para morada de Dios en el Espíritu» La Escritura dice: «edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu. (Ef.2:21-22) Por fin, pues, Dios tiene un templo, no hecho de manos, que se está edificando sin ruido ni ostentación alguna (Comp, 1º R. 6:7). Cada uno de nosotros, los creyentes, como piedras vivas, somos edificados como casa espiritual para Dios. (1ª Pedro 2:5)

5) EL CUERPO DEL CREYENTE: Además del templo anterior, el cuerpo de cada verdadero creyente en Cristo es también un templo del Espíritu Santo. (1ª Cor. 6:19) El Señor habita en nosotros (Ef. 3:17) y ello se refiere a una residencia permanente, ya que está en «su propia casa», y no como una visita.
De acuerdo con esta gloriosa verdad, de que Cristo habita en el creyente por el Espíritu, en Gálatas 2:20 encontramos en pocas palabras el secreto de la vida espiritual.
Examinémoslo frase por frase:

«Con Cristo estoy juntamente crucificado» ¿En qué sentido puede afirmarse que el creyente ha sido crucificado con Cristo, quien murió hace dos mil años? Esto se refiere a su identificación con Cristo. Los creyentes verdaderos están unificados con Cristo, tan orgánicamente, por el bautismo con el Espíritu Santo, que todo lo que el Señor hizo, como nuestro representante, vale por nosotros tan exactamente como si lo hubiéramos hecho nosotros mismos. «O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús (por el Espíritu Santo), hemos sido bautizados (es decir sumergidos en, identificados con, y hechos participantes de Cristo) en su muerte?» (Ver Ro. 3:6-13)
«y ya no vivo yo» ¿Qué es lo que no vive ya? Es el «yo» el que ha muerto. Ese «yo» es la naturaleza pecaminosa que recibimos de nuestro padre, Adán. Es la inclinación al mal que es propia de la naturaleza de todos los hombres.

Cada incrédulo está muerto en el pecado, y cada creyente, sea carnal o espiritual está muerto al pecado (Ro. 6:2 y 7), a la ley (Ro. 7:4) y al mundo (Gá. 6:14). ¿Cómo es posible afirmar que el creyente está muerto al pecado, cuando sabemos muy bien, por nuestra propia triste experiencia, que la naturaleza pecaminosa está muy activa en nuestras vidas? La Biblia lo explica, al decir: «…que si uno murió por todos (Cristo, como nuestro representante), luego todos murieron. (2ª Cor. 5:14-15) «porque en cuanto murió, al pecado murió (Ro. 6:10) En consecuencia, nosotros estando identificados con Él por el bautismo con el Espíritu Santo, estamos muertos al pecado en Él. «Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el cuerpo del pecado sea destruido (anulado), a fin de que no sirvamos más al pecado.» (Ro. 6:6).

Debemos creer que estamos muertos al pecado, pero vivos para Dios. En vez de presentar nuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, debemos presentarlos a Dios como instrumentos de justicia. (Ro. 6:11-13)
«mas vive Cristo en mí» En el instante mismo en que alguien recibe a Cristo como su Salvador (Juan 1:12) es hecho morada de Él por el Espíritu Santo, para habitar allí para siempre «El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1ª Juan 5:12) (véase Ef. 3:17, Col. 1:27; 3:3-4) «¿O no os conocéis vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros?» (2ª Cor.13:5).
y lo que ahora vivo en la carne (el cuerpo físico), lo vivo en (o por) la fe del (o en el) Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. Por la fe recibimos a Cristo en el corazón, y por la fe vivimos en el poder de su vida.

b) LA PLENITUD DEL ESPÍRITU SANTO

El Señor Jesús dijo: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Juan 10:10). «En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él…» (Juan 7:37-39)

Como la gloria de Jehová llenó el tabernáculo y el templo -ambos hechos de mano-, y como se manifestó la misma gloria en la Persona del Señor Jesús -un templo santísimo no hecho de mano-, así es la voluntad de Dios que se manifieste la plenitud del Espíritu en el nuevo edificio espiritual -la Iglesia-, y en el cuerpo del creyente. En el tabernáculo y en el templo esa gloria se manifestó en una luz física y visible. Pero cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, su persona no se cubrió con ningun fulgor perceptible, salvo una vez en el monte de la transfiguración. En esa ocasión «se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz» (Mt. 17:2).
La gloria que Juan dijo que vieron (Jn. 1:14) no era simplemente una gloria o luz visible (Is. 53:2), sino una gloria divina y espiritual, así como luego la describe: «gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad». Es la misma gloria que Dios quiere que resplandezca desde dentro del corazón y la vida de cada hijo suyo (Gá. 1:22-24; 1ª Pedro 2:9; Hch. 6:15). «Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros (2ª Cor. 4:6-7).

¿QUÉ ES, PUES, LA PLENITUD DEL ESPÍRITU SANTO? Se refiere a ser lleno del Espíritu Santo. En las Escrituras leemos de personas que se llenaron de ira (Lc. 4:28), de temor (Lc. 5:26), de furor (Lc. 6:11), de asombro y espanto (Hch. 3:10), etc.
La palabra griega empleada en estos casos es la misma que se traduce como «lleno» del Espíritu.

¿Qué quiere decir, entonces, ser lleno de ira, de temor, de furor, etc. Claramente, quiere decir: estar dominado por una de esas emociones. Por consiguiente, ser lleno del Espíritu significa estar gobernado y dominado por el Espíritu Santo.

¿Cómo se manifiesta la plenitud del Espíritu? La Escritura dice: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu.» (Ef. 5:18) Aquí se ponen dos cosas en oposición, la una a la otra: la embriaguez con vino y el ser lleno con el Espíritu Santo. El vino de elevado grado alcohólico, y otras bebidas embriagantes, se califican como «espirituosas». El que bebe mucho vino llega a ser esclavo del vino, dominado por una influencia ajena a sí mismo. Su ser entero es afectado, desde su mente hasta sus manos y sus pies, de modo que bajo los efectos del vino hace y dice cosas ridículas, belicosas o aún perversas que jamás haría o diría en sus momentos normales.
El Espíritu Santo es una Persona divina, santa y bendita, y hace que el creyente, bajo su dominio, actúe de manera diametralmente opuesta a la anterior. El Espíritu gobierna benéficamente sobre toda su personalidad, y se manifiesta en maneras razonables, agradables, pacíficas y bien ordenadas.

Es un grave error pensar que ser lleno del Espíritu significa tener una experiencia extraña, extática o emocional. Harry Ironside, en su libro «In the Heavenlies» escribe que él había asistido a algunas reuniones de gente que hablaban mucho de la plenitud del Espíritu. «En estas reuniones -dijo- vi cosas que pocos años atrás no hubiera creído posible fuera de un manicomio. Algunos se revolcaban en el suelo como maniáticos, y espumaban por la boca, mientras que a todo eso le seguían llamado la plenitud del Espíritu o el bautismo del Espíritu Santo.» R. A.Torrey ha escrito la misma cosa, diciendo: «En una de las reuniones más prominentes de esa naturaleza, en Los Ángeles, California, ha habido desórdenes, disturbios y confusión indescriptibles. Gran número de personas quedaron postrados en el suelo o en la plataforma, en un estado inconsciente o hipnótico, hasta muy avanzadas horas de la noche. El líder, una mujer de renombre, indujo esa condición sobre desgraciados hombres y mujeres, usando métodos claramente hipnóticos, exactamente como lo hacen los salvajes en el África y los aventureros hipnóticos espiritualistas, así como otros grupos en este país. Todo esto resulta repulsivo a cualquiera que conoce las enseñanzas de la Biblia y lo que son las verdaderas operaciones del Espíritu Santo. La verdad es que muchas personas desean tanto ser gobernadas por algún espíritu sobrenatural que no tienen cuidado de distinguir si ese ser sobrenatural que los gobierna es realmente el Espíritu Santo.»

Uno de los mayores peligros es ignorar que Satanás procura hacer pasar a sus ministros como ministros de justicia «Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz, así que no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia…» (2ª Cor. 11:14-15). Esos ministros disfrazados emplean métodos para el control de la mente, originados en religiones y filosofías orientales, echando mano de recursos espirituales paganos. Así resulta que los que asisten a esas sesiones gritan, caen, ríen, cantan y bailan sobreexcitados al son de música pagana (mundana, aunque pretendan calificarla como cristiana). Pero eso, muy amados hermanos, no es la plenitud del Espíritu. No se engañen, el hombre que está lleno del Espíritu Santo no cae en un estado de incontrolable confusión y aturdimiento fanático, sino que anda discreta y cautelosamente con Dios, y su testimonio tiene poder ante los hombres. «El Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios (1ª Tim. 4:1) y «Dios no es Dios de confusión sino de paz» (1ª Cor.14:33)

Si queremos saber qué es verdaderamente ser lleno del Espíritu Santo, imprescindiblemente debemos ir a la Palabra de Dios. Si escudriñamos todas las referencias relacionadas con este tema, descubriremos que hay ocho manifestaciones de la plenitud del Espíritu Santo, que son:

1) Poder para testificar del Señor. Juan el Bautista (Lc.1:15-16), los discípulos, especialmente Pedro, en Pentecostés y también después. (Hch. 2:4, 14; 4:8, 31) Esteban (Hch. 6:5,15; 7:1-2) Pablo (Hch. 9:17,20) y Bernabé (Hch. 11:24).

2) Poder para alabar y adorar a Dios. Elizabeth (Lc. 1:41) y Zacarías (Lc. 1:67-79).

3) Poder para regocijarse aún en las tribulaciones. Hechos 13:52; Compárese Ef.5:18-20 con Hch. 16:20-25).

4) Poder para conocer y hacer la voluntad de Dios, aún cuando pueda resultar difícil de cumplir. (Lc.4:1).

5) Poder para resistir las tentaciones (Lc.4:1-2)

6) Poder para servir a las mesas, es decir, servir a Dios en las cosas materiales y humildes. (Hch. 6:2-5). Debemos ser llenos del Espíritu no solamente para predicar la Palabra sino también para las cosas ordinarias y rutinarias de la vida. (Ef.5:18, 21-33)

7) Poder para reprender a los malos hombres que trastornan los caminos del Señor (Hch.13:9-10).

8) Poder para sufrir persecuciones, o aún el martirio, por el Nombre del Señor (Hch. 5:40, 7:55-60, Fil.1:28, 1ª Pedro 4:12-19)

c) ¿QUÉ DEBEMOS HACER PARA GOZAR DE LA PLENITUD DEL ESPÍRITU SANTO?
El creyente tiene dos naturalezas: la naturaleza nueva y la naturaleza vieja. La primera es

corrupta, adámica, que recibimos de nuestros padres por el nacimiento natural, y se llama también «la carne» (Rom.7:5, 18, 25; 8:3-13; 13:14), «este cuerpo de muerte» (Rom.7:24), y «nuestro viejo hombre» (Rom.6:6, Ef. 4:22, Col.3:9).

La naturaleza nueva es la que recibimos de Dios por el nuevo nacimiento (Jn.3:3-7, 1ª P. 1:23, 2ª P.1:4), y se llama también «el hombre interior» (Rom.7:22; 2ª Cor.4:16, Ef.3:16) y «el hombre nuevo» (Ef.4:24, Col. 3:10). Estas dos naturalezas son acérrimas enemigas e irreconciliables la una con la otra. «Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis» (Gál. 5:17). Un creyente es «espiritual» cuando está gobernado por el Espíritu Santo. En cambio si su mente está dominada por la carne, resulta ser un creyente «carnal» (Rom. 8:7, Col. 2:18).

La espiritualidad es la manifestación de la plenitud, o la llenura del Espíritu Santo. No sólo es cuestión de tener el Espíritu morando en nosotros. Para tener la plenitud del Espíritu debemos dejar que «gobierne» en nosotros, evitando que lo haga la naturaleza carnal. Nunca puede haber alianza o coalición alguna entre las dos naturalezas del creyente. Tampoco es posible mejorar, cambiar o erradicar la naturaleza carnal, ya que permanecerá con nosotros hasta el fin de nuestra vida terrenal. En cambio, debemos tener la plenitud del Espíritu, es decir, permitir que el Espíritu nos gobierne completamente.
Para que ello ocurra, son necesarias cinco cosas:

1) ARREPENTIRNOS Y CONFESAR NUESTROS PECADOS A DIOS (1ª Juan 1:9).

2) CONSIDERAR QUE ESTAMOS MUERTOS AL PECADO. (Rom. 6:11, 8:12-13). El Señor Jesús murió por el pecado (1ª Cor.15:3) y de ese modo hizo posible la salvación de la culpa y del castigo del pecado para todos los que creen. También murió al pecado (Rom. 6:10, 2ª Cor.5:14-15) y así posibilitó que el creyente sea libertado de la esclavitud de la carne. (Léanse los cap. 6 y 7 de Romanos)
En cuanto a su posición, es decir, desde el punto de vista de Dios, el viejo hombre está crucificado, y al creyente se le exhorta que haga de esto una realidad en su propia experiencia, entendiéndolo como el acto definitivo de «despojarse» del viejo hombre, y de «revestirse» del nuevo (Col.3:8-14).

3) PRESENTAR NUESTROS CUERPOS A DIOS (Rom. 6:13, 16, 19) Rendirnos al gobierno total del Espíritu Santo para que Él haga en y por nosotros todo lo que sea su propósito.

4) CONFIAR PLENA Y CONTINUAMENTE EN LA PRESENCIA Y EL PODER DEL ESPÍRITU SANTO. Digo pues: Andad (por la fe) en el (poder del) Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne (Gál. 5:16, -significado del original griego-). Se trata de una confianza implícita sin interrupción en el poder del Espíritu, para obrar en un todo de acuerdo con lo que Él quiere hacer (y que sólo Él puede hacer), entendiendo que no es posible lograrlo por nuestro propio esfuerzo, sino por el poder del Espíritu de Dios.

5) ANDAR EN CONSTANTE OBEDIENCIA A LA PALABRA DE DIOS (Rom. 6:16-23; Juan 15:10, 12, 14; 1ª Juan 2:3-11). Para poder obedecer, uno tiene que saber la voluntad de Dios. Para saber la voluntad de Dios hay que estudiar la Biblia.

d) LA DIFERENCIACIÓN ENTRE DOS CONCEPTOS FUNDAMENTALES: LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU Y LA PLENITUD DEL ESPÍRITU

1) La presencia del Espíritu se refiere a la recepción del Espíritu Santo y su habitación en cada creyente, que por lo tanto es hecho templo de Dios. Esto es equivalente a recibir la «unción» del Espíritu Santo, es decir, el acto de Dios, aplicado al creyente, por el cual envía al Espíritu Santo para morar permanentemente en el creyente. Entonces tener el Espíritu Santo es haber recibido la unción del Espíritu Santo, sin ninguna «manifestación» visible más allá de los efectos inherentes a la conversión.

Entonces, la presencia implica que el Espíritu ha entrado en el creyente para morar en él, mientras que la plenitud implica que el Espíritu no sólo mora en el creyente, sino que también gobierna completamente su vida.

La presencia del Espíritu, según la doctrina desarrollada en el Nuevo Testamento, es una de las características más distintivas de la presente dispensación de la gracia. Nadie en el Antiguo Testamento, o en el período inmediatamente anterior a la Iglesia, recibió al Espíritu de este modo. Nadie fue morada del Espíritu Santo antes de Pentecostés.

La noción de que una persona pudiera ser templo de Dios, está completamente ausente en el Antiguo Testamento. En cambio, sí encontramos que algunas personas fueron momentáneamente llenas del Espíritu Santo para servicios especiales.

La presencia del Espíritu Santo es absolutamente esencial para la salvación de una persona.
La plenitud del Espíritu Santo es absolutamente esencial para la santificación del creyente
En un verdadero creyente, la presencia del Espíritu, así como la regeneración (Tit. 3:5), el sello (Ef. 3:13), y la unción del Espíritu (1ª Jn. 2:27) son incondicionalmente permanentes, pero la plenitud continúa únicamente en tanto se cumpla la condición de permitir que el Espíritu gobierne toda las áreas de la vida

La única condición para recibir la unción, o presencia, del Espíritu es creer en Cristo (Jn. 7:38), Para ser lleno del Espíritu la condición primordial (que encierra a todas las demás) es: «Presentad vuestros miembros (a Dios) para servir a la justicia» (Rom. 6:19).

La presencia, o unción, del Espíritu Santo le es dada a todos los que creen. Por lo tanto no hay ningún creyente genuino que no haya recibido «la promesa del Padre, el don del Espíritu Santo». En cambio, lamentablemente, muy pocos creyentes tienen la plenitud del Espíritu Santo, porque son pocos los que quieren cumplir las condiciones.

A nadie se le manda recibir la presencia, o unción, del Espíritu Santo. Lo que sí se le manda es creer en el Señor Jesucristo para ser salvo, recibiéndole por fe. Cuando lo hemos hecho, automáticamente recibimos el Espíritu Santo, sin ningún signo exterior. En cambio Dios nos ha dado un solemne mandamiento en relación con la plenitud del Espíritu: «Sed llenos del Espíritu» (Efesios 5:18).