La Cena del Señor

Las Escrituras relatan que en la ocasión, mientras comían, el Señor tomó pan, y habiendo dado gracias, lo partió y les dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado». Luego tomó la copa, dio gracias, y les dio diciendo: «Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del Nuevo pacto que por muchos es derramada, para remisión de los pecados.»

Su institución:

En los libros del Evangelio encontramos que antes de que el Señor Jesús se dirigiera a consumar la obra de nuestra redención en la cruz, celebró con sus discípulos lo que sería para ellos la última Pascua. (Mateo 26:17-29 Marcos 14:12-26 y Lucas 22:7-20)

Las Escrituras relatan que en la ocasión, mientras comían, el Señor tomó pan, y habiendo dado gracias, lo partió y les dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado». Luego tomó la copa, dio gracias, y les dio diciendo: «Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del Nuevo pacto que por muchos es derramada, para remisión de los pecados.»

Así, de un modo sencillo, el Señor introduce la ordenanza de la Cena del Señor, que luego, en la vigencia efectiva del Nuevo Pacto, sería observada por la iglesia.
El apóstol Pablo, en el cap. 11 de 1ª Corintios, reitera esta enseñanza, recibida del Señor mismo, ampliando particularmente los aspectos referidos al orden que debe guardarse y a los requisitos de los participantes.

Podemos distinguir que esta ordenanza fue impartida por el Señor Jesucristo con doble propósito:

1) Que los creyentes en Cristo, celebrando la Cena del Señor, hagamos memoria de Él.
2) Que la Cena del Señor sirva simultáneamente como anuncio -o testimonio- de la muerte del Señor.

Notemos que la Escritura identifica esta conmemoración precisamente como la Cena del Señor (1ª Corintios 11:20), y por lo tanto creemos que es el mejor modo de referirnos a ella. A veces se utilizan otros apelativos, como: «Eucaristía» (del griego=acción de gracias), «Reunión de Comunión» o «Reunión de Adoración», pero esto podría acentuar los errores de quienes malinterpretan su propósito.
Ni la Cena del Señor, ni los elementos que utilizamos en ella son «Sacramentos», en el sentido popular de la palabra, es decir, no son medios por los cuales recibiremos gracia. La sola participación en la Cena del Señor no «genera» automáticamente comunión, ni gratitud, ni adoración. Es cierto que cuando hacemos «memoria» del Señor, somos estimulados a la gratitud y a la adoración, pero de ninguna manera es el resultado de virtudes intrínsecas de los elementos utilizados, ni siquiera de la reunión en sí.
Por otra parte, algunos cristianos adoptan la designación de «Santa Cena», y probablemente ello también podría inducir a errores, pues se pone el énfasis en las posibles virtudes de la Cena y no en el Señor de la Cena.
No obstante, es del caso considerar que la Escritura consigna en algunas oportunidades que los primitivos cristianos se reunían simplemente «para partir el pan» sin usar apelativo alguno. (Ej: Hechos 20:7).

En qué consiste la Cena del Señor: En el aspecto práctico, simplemente se trata de un encuentro de creyentes en Cristo que participan del pan y de la copa específicamente para hacer memoria del Señor.
Hemos examinado que el Señor Jesús tomó pan, dio gracias y lo repartió.
Cuando expresó «esto es mi cuerpo» no se refería literalmente a su cuerpo físico, pues el Señor estaba corporalmente presente allí. El significado verdadero es que el pan, en el momento de la observancia de la Cena del Señor -y no en cualquier otro tiempo- simboliza el cuerpo del Señor entregado a la muerte en la cruz por todos nosotros.

Luego el Señor tomó la copa, una vez más oró dando gracias, y a continuación bebieron todos de ella.
El Señor, en relación con la copa, dijo: «esto es mi sangre del Nuevo Pacto…» Pero es obvio que no les ofreció su propia sangre para beber, sino que hablaba de un modo figurado. Notemos que no dijo: -esta es mi sangre-. La interpretación correcta es que la copa, conteniendo vino, simboliza la sangre del Señor derramada por nosotros.

La expresión «del nuevo pacto» da a entender que no se trataba de seguir celebrando la pascua, que pertenece al pacto antiguo de Dios con Israel. La Cena del Señor no es una continuación de la Fiesta de la Pascua, sino que es algo distinto asociado con el Nuevo Pacto, basado éste en la sangre preciosa de Cristo, y por cuya virtud tenemos el perdón de los pecados y gozamos de una relación eterna con Dios.

Podemos suponer que el pan y la copa fueron tomados de los elementos usados en la fiesta de la Pascua. Pero el Señor al utilizarlos en la Cena les asignó el carácter de símbolos, que nada tienen que ver con la antigua fiesta.

Es significativo que en el pasaje de 1ª Corintios 11:23, donde Pablo transcribe las instrucciones que había recibido del Señor, se haga referencia a los elementos sólo como el pan y la copa, sin entrar en otros detalles, como el modo de hacer el pan o el tipo de vino a utilizar. Si esto fuese importante, no se habría omitido la enseñanza específica. Lo mencionamos, porque algunos cristianos sostienen que el pan para la Cena del Señor debe ser elaborado sin levadura. Pero recordemos que no celebramos más la Pascua. La Escritura no requiere que el pan sea sin levadura, aunque sí demanda que los creyentes nos presentemos, no con la vieja levadura, ni con la levadura de «malicia y maldad» sino con panes sin levadura, «de sinceridad y de verdad.» (1ª Corintios 5:7-8). Vemos entonces que este aspecto se circunscribe concretamente a nuestro estado interior y no al pan que partimos. La expresión: «para que seáis nueva masa» se refiere a nosotros, pero consideremos especialmente que mediante el pan no hacemos memoria de nosotros mismos sino del Señor Jesucristo.

En síntesis, que el pan tenga o no levadura, carece totalmente de importancia a la hora de hacer memoria del Señor. La levadura puede ser figura del pecado cuando se trata de nosotros, que éramos pecadores, pero tratándose de la memoria del Señor, en quien nunca hubo pecado, no es figura de nada, dado que ninguna cosa puede ser emblema de lo que no existe.

En cuanto al contenido de la copa, por las Escrituras sabemos que se trataba de vino. Sin embargo, hay cristianos que cuestionan este componente, afirmando que en realidad se trataba de jugo de uva y no de vino. Hasta hemos oído de creyentes que, por no disponer de otro elemento, utilizaron en alguna ocasión jugo de tomate, porque entendían que su color era el más parecido al de la sangre. No queremos poner en duda la sinceridad de estos hermanos, pero creemos que estuvieron sinceramente equivocados.

Quienes creen que el Señor utilizó jugo de uva, alegan que el Señor hizo mención del «fruto de la vid» como contenido de la copa. Sin embargo, esa referencia no es argumento suficiente para demostrar que no se trataba de vino, ya que el vino -genuino- no es otra cosa que fruto de la vid. No obstante en función de la enseñanza que el Señor quería establecer, no fue casual que se refiriera al «fruto de la vid». Aquí encontramos un aspecto sugerente. El énfasis al participar de la copa en la Cena no está puesto primariamente en el vino, -aunque tiene su importancia como símbolo- sino en la vid que lo produjo. Los discípulos estaban familiarizados con una enseñanza anterior del Señor: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.» (S.Juan 15:1) y esa verdad está íntimamente relacionada con el hecho de la cruz. Sin vid no hay vino. Sin la muerte del Señor en la cruz no habría habido sangre suya derramada para el perdón de nuestros pecados. La copa, conteniendo vino, simboliza su sangre, pero no hacemos memoria de su sangre, sino del Señor mismo, que la derramó. Entonces, para que lo tuvieran presente a la hora de celebrar la Cena, el Señor enfatiza el hecho de que el vino no es algo independiente de la vid, porque es el fruto de la vid.

Ese aspecto fue olvidado por algunos hermanos en la iglesia de Corinto cuando pretendían celebrar la Cena del Señor (1ª Corintios 11:17/21) , y aunque tenían los elementos adecuados, no lo hicieron del modo adecuado. En lugar de hacer memoria del Señor se habían dedicado a comer y a beber hasta embriagarse, mientras que otros pasaban hambre. Pablo les reprende diciéndoles: «esto no es comer la Cena del Señor»
Tengamos presente que cuando en la Biblia encontramos referencias al vino (incluido lo que se define como mosto), se entiende como una bebida fermentada, y no como simple jugo de uva.

Consideremos esto en algunas Escrituras:

En la bendición de Isaac sobre Jacob se describe la prosperidad que gozaría en términos de abundancia de trigo (pan) y mosto (vino) (Génesis 27:28).
En la alegoría de los árboles que salen a buscar rey, la vid rechaza la propuesta de reinar sobre ellos porque no está dispuesta a dejar su mosto, que alegra a Dios y a los hombres (Jueces 9:13)
El Salmo 104 describe el cuidado de Dios sobre sus criaturas y expresa en los vs. 14-15 «Él hace producir…la hierba para el servicio del hombre, … el vino que alegra el corazón del hombre. El aceite que hace brillar el rostro, Y el pan, que sustenta la vida del hombre.»
El vino, entonces, (no la embriaguez) -notablemente asociado a veces con el pan- en la Biblia es figura de provisión y alegría. Pero encontramos en esto un aspecto de profundo significado espiritual. ¿Qué es lo que puede alegrar conjuntamente a Dios y al hombre, sino lo que tiene que ver con la Persona, la sangre y los resultados de la obra de la Cruz de nuestro amado Señor?
El vino es, en la copa de la Cena del Señor, el símbolo de Su sangre, para que hagamos memoria de Él.

No encontramos referencias en cuanto al tipo, color, u otros detalles innecesarios. Lo importante es que la copa en la Cena del Señor contenga vino -con todo el significado que encierra- y no otra sustancia cualquiera.

Aún podemos hallar otras razones desde un punto de vista meramente práctico. El vino puede almacenarse sin refrigeración, puede llevarse a cualquier lugar y ser conservado indefinidamente en todo tipo de clima, lo que permite utilizarlo en cualquier época del año. No imaginamos lo mismo si acaso se tratara de jugo de uva, disponible sólo en el lugar y momento de la vendimia.

¿Y qué de las personas que pudieran ser incitadas a la bebida? Puedo contar que conocí en mi niñez a un querido hermano a quien el Señor rescató cuando vivía esclavizado por el vicio del alcohol. Se convirtió al Señor y nunca más transitó el antiguo camino. Basándose en su triste experiencia anterior, siempre nos enseñó que procuráramos mantenernos alejados de las bebidas alcohólicas, incluso hasta en las comidas. Pero él no era más un cautivo, y se gozaba plenamente al participar de la Cena del Señor. No era «tentado» por el vino en la copa allí, pues hacía memoria de quien precisamente lo había rescatado poderosamente de su antigua y vana manera de vivir.
El orden en la Cena del Señor: En 1ª Corintios 11: 21 leemos que en la iglesia de Corinto algunos hermanos habían transformado una pretendida Cena del Señor, en una cena propia, sin siquiera compartirla comunitariamente. Cada uno comía por sí mismo ignorando a los demás, de manera que algunos hermanos se quedaban con hambre y otros se embriagaban. El apóstol Pablo los reprendió enérgicamente. No debían reunirse para eso. Si pretendían comer así, podían quedarse en sus casas, porque lo que estaban haciendo no era comer la Cena del Señor, y, obviamente, no estaban haciendo memoria de Él.

Pero la enseñanza que necesitaba la iglesia en Corinto para no cometer semejantes errores, ha quedado también registrada para nosotros en la Palabra inspirada, por lo cual procederemos a analizarla:

En primer lugar, Pablo se refiere al momento en que los creyentes se reunían como iglesia. Recordemos que todos los creyentes en el Señor Jesucristo componen Su iglesia. Son los «santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar, invocan el Nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro.» (1ª Cor. 1:2). Observamos que el término «iglesia» está relacionado con personas salvadas y nunca con edificios. Ahora bien, los creyentes podían reunirse en cualquier lugar, pero no siempre se reunían «como iglesia» aunque estuviesen todos juntos. El caso es que cuando no se reunían específicamente para actividades con fines espirituales, no podían considerarse reunidos como iglesia. Era posible que todos participaran de un ágape comunitario, tal como lo hacemos hoy en día, por ejemplo con motivo de un cumpleaños, etc., pero tal cosa no era una reunión «como iglesia».
Cuando participaban en la Cena del Señor sí se reunían como iglesia. Se trataba de una actividad de carácter espiritual, realizada comunitariamente. (no de una cena personal).

Siendo también una expresión de comunión fraternal, la Cena del Señor debe ser celebrada por al menos dos, o tres personas. «Porque donde están dos o tres congregados en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos.» «llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el Nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro» A propósito, recordamos a un querido hermano anciano que, sin compañía de ningún creyente, se encontraba en la ciudad de Ushuaia (Tierra del Fuego), sembrando el Evangelio. Él esperaba ansiosamente que algún hermano lo visitara para poder celebrar la Cena del Señor. En una oportunidad escribió: -Pudimos celebrar la Cena del Señor, con el hermano XX. Estuvimos muy gozosos los tres- Alguien pensó que se había equivocado porque en realidad los reunidos habían sido dos, pero él se refería a que también el Señor estaba presente. Todavía no se había constituido la iglesia en el lugar, porque no había más que un hermano. Sin embargo era posible una reunión como iglesia cuando otro hermano lo visitaba, aunque fuera de modo temporal, porque la iglesia está donde están los hermanos congregados en el Nombre del Señor.

Consideremos seguidamente cómo se realiza la Cena del Señor. No pueden establecerse otras precisiones más allá de lo que está escrito, pero el aspecto principal es que todos los hermanos participantes, comen del pan y beben de la copa, en memoria del Señor. En Mateo 26:30 y en Marcos 14:26 se hace alusión a que después de participar de los símbolos, el Señor y los discípulos cantaron un himno. No sabemos cuál era ese himno. Pudo haber sido un salmo, pero la Escritura guarda silencio sobre ello, acaso para evitar que los creyentes lo adoptaran como cántico ritual.

Es importante considerar que el pan es sólo un símbolo del cuerpo del Señor y la copa sólo un símbolo de su sangre. Cuando comemos el pan, sigue siendo pan. Cuando tomamos de la copa, el contenido sigue siendo vino, si ninguna propiedad agregada. No se produce ninguna transubstanciación (conversión total de una sustancia en otra). Según los romanistas, el pan se convierte en el cuerpo de Cristo, y el vino en su sangre. Pero esa doctrina es totalmente errónea.

Tampoco se produce la consubstanciación (algo que es de la misma esencia y naturaleza con otro) Esa enseñanza, de los luteranos y otros, supone la presencia de Cristo en el pan y en el vino, aunque sin convertir la sustancia. Al igual que la anterior, es una doctrina errónea, sin ningún sustento Escritural.

Debemos reiterar que los símbolos no adquieren ninguna cualidad propia. En una ocasión, una hermana que tenía a su esposo enfermo, después de la Cena del Señor fue a solicitar el vino sobrante, para que el esposo lo tomara y pudiera sanarse. No criticamos a esa estimada hermana, porque tal vez no asimiló debidamente la enseñanza, o simplemente no la tuvo, pero usamos el incidente como ejemplo de lo que puede ocurrir por malas interpretaciones de lo que implica la Cena del Señor.

Sabemos que existe un gran contraste entre el Antiguo y el Nuevo Pacto: El antiguo, consistente en ordenanzas de culto, ofrendas, sacrificios, comidas, bebidas, diversas abluciones y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas. (Hebreos cap. 9).

En la vigencia del Antiguo Pacto el énfasis estaba puesto especialmente en los detalles exteriores. Había instrucciones escrupulosas que regulaban cada aspecto de la vida y del culto del pueblo de Dios, Israel. Todo debía ser cumplido al pie de la letra. En Hebreos 9:23, en relación con el Tabernáculo, su mobiliario y todos sus elementos, podemos leer que se trataba de figuras de las cosas celestiales.
En el Nuevo Pacto, es el Señor Jesucristo quien cumple todas las demandas. La escritura afirma que como Sumo Sacerdote, Él entró en el Lugar Santísimo, en el cielo mismo, para presentarse por nosotros ante Dios. Pero se presentó una vez para siempre, por el sacrificio de sí mismo, para quitar de en medio el pecado.

Y ahora el Señor nos hace un requerimiento maravilloso: Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo que Él nos abrió a través del velo, esto es de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos… (Heb.10:19-22).
Si en el Antiguo Pacto el énfasis estaba puesto pri

ncipalmente en el orden y condición de las cosas exteriores, en la vigencia del Nuevo Pacto el énfasis especial se pone en nuestras condiciones interiores .
…acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.»

Ahora entendemos por qué el Señor no se ocupó de establecer numerosos detalles externos en la Cena del Señor. Por ella no pensamos en cosas sino en una Persona Si la copa debe ser de cristal, u otro material. Si la mesa debe tener una forma determinada, o si la Cena debe ser celebrada en un lugar especialmente dedicado o en una casa familiar. Esos y otros detalles, -importantes en el antiguo pacto- en la vigencia del Nuevo carecen de importancia. Ya no necesitamos figuras de cosas celestiales, pues tenemos libertad de entrar en el Lugar Santísimo mismo, por la sangre de Jesucristo. Los símbolos son para hacer memoria del Señor, y para anunciar su muerte hasta que Él venga. Ante este privilegio, se nos pide más cuidado de nuestra condición interior, que de los aspectos exteriores antes mencionados.

¿Quiénes pueden participar de la Cena del Señor? La primera condición es que quien participa sea un cristiano, es decir, alguien que ha creído con fe en el Señor Jesucristo para el perdón de sus pecados, alguien regenerado; en suma, alguien que ha experimentado un renacimiento espiritual.

La segunda condición deseable, que no surge de un mandamiento específico, pero sí del ejemplo de lo que practicaban los primeros cristianos, es que el creyente esté bautizado. Leemos en Hechos 2:41 que los que recibieron su palabra -es decir los que creyeron-, fueron bautizados… y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Allí los creyentes fueron bautizados antes de participar de la Cena del Señor. Creemos sencillamente que es un ejemplo digno de imitar.
Finalmente, el Señor requiere que nadie participe indignamente. (1ª Cor. 11:27-32) No se trata de la calificación del creyente como indigno, sino más bien de su participación de manera indigna, esto es, perdiendo de vista el propósito de la Cena del Señor.
Por lo tanto, «Pruébese cada uno a sí mismo…» , «Si nos examinásemos a nosotros mismos…».
¿Cuál es la base de nuestro acercamiento al Señor? «Teniendo libertad… por la sangre de Jesucristo.» No tenemos libertad por nuestro buen proceder, nuestras buenas obras, o cualquier otra virtud, por más estimado que todo eso sea a los ojos de Dios. Si acaso participamos autosatisfechos de la Cena del Señor, omitimos discernir que no son nuestros méritos los que nos hacen aptos: «Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Jesucristo.» (Efesios 2:13). Quien cree que tiene derechos por méritos propios, come y bebe indignamente. En Isaías 65:5 leemos que había algunos en el pueblo de Israel que se consideraban tan santos que les decían a otros: «Estate en tu lugar, no te acerques a mí, porque soy más santo que tú.; éstos son humo en mi furor, fuego que arde todo el día.» porque «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos… (1ª Juan 1:6). Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» …Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo, y Él es la propiciación por nuestros pecados;… (1ª Juan 1:9 y 2:1-2). La orden es ‘Pruébese cada uno a sí mismo… Así que después de haberlo hecho, y conscientes de que la sangre del Señor Jesucristo nos limpia de todo pecado, debemos obedecer la parte del mandato que sigue: «coma así del pan, y beba de la copa.»

Entonces, podemos señalar por lo menos cuatro situaciones que pueden presentarse:

1) Que alguien considere que tiene la facultad de participar de la Cena del Señor por méritos propios, en función de su buen proceder.
2) Que alguien, habiendo hecho su examen personal, considere que no puede participar porque algún pecado lo hizo indigno.
3) Que alguien participe livianamente sin cumplir la condición previa de probarse a sí mismo.
4) Que alguien participe por rutina como si se tratara de una comida cualquiera, con el pensamiento distraído en cuestiones ajenas, sin hacer verdadera memoria del Señor.
Ninguno de los creyentes implicados en estos casos, estaría valorando debidamente el propósito de la muerte del Señor y la eficacia de su sangre, dejando también de lado la finalidad de la Cena.

¿Con qué frecuencia debe celebrarse la Cena del Señor? No hay en las Escrituras una frecuencia establecida por mandato. Simplemente leemos: «Así, pues, todas las veces que comiereis…» (1ª Corintios 11:26.a). En Hechos 20:7 encontramos que algunos creyentes de Berea, Tesalónica, Derbe, etc. estuvieron algunos días en Troas acompañando al apóstol Pablo, y el primer día de la semana se reunieron para partir el pan. La iglesia en Jerusalén perseveraba, entre otras prácticas, en el partimiento del pan, por lo que entendemos que lo hacían con asiduidad, posiblemente cada primer día de la semana. «Y perseveraban unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón.» (Hechos 2:46) En todo caso, el énfasis no está puesto tanto en la frecuencia como en el modo de hacerlo.

Tal vez algo un tanto descuidado en su valor práctico es que la Cena del Señor constituye también un anuncio de su muerte. En el comienzo de la iglesia en Jerusalén tal testimonio producía efectos significativos en quienes presenciaban el encuentro. De manera que, aunque la participación efectiva estaba restringida a los creyentes, la presencia de otras personas no estaba vedada.
«…comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos» (Hechos 2:46-47).

En cuanto a la recolección de ofrendas en la Cena del Señor, una práctica bastante generalizada hoy, que responde a razones más funcionales que bíblicas, no está asociada específicamente a la observancia de la Cena. Se argumenta que es uno de los modos de expresar nuestra gratitud, e incluso se han «importado» imposiciones diversas pertenecientes al Antiguo Pacto, que en realidad en nada se relacionan con la iglesia. No obstante, esto no significa que ofrendar sea incorrecto, sólo que -bíblicamente- la ofrenda monetaria no está necesariamente asociada a la Cena del Señor. (En espacio aparte trataremos más ampliamente el tema de las ofrendas).

Por último, debemos distinguir que el significado de la «Mesa del Señor», en 1ª Cor.10:21, no es igual al de la «Cena del Señor», aunque sus conceptos estén asociados. La primera se refiere a un privilegio espiritual que conscierne a todos los creyentes. (participen o no de la Cena del Señor). Tiene que ver con la participación en la totalidad de los beneficios espirituales, que son la porción de cada redimido del Señor. Podemos comparar la mesa del Señor con lo que encontramos en Juan 6:32-58 «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna..» Aquí el acto de comer y beber tiene un sentido espiritual y comprende toda la provisión del Señor a nuestro favor.
«La copa de bendición que bendecimos. ¿No es la comunión de la sangre de Cristo? Sí, en este caso es la comunión real, no un memorial.. «Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.» (1ª Cor.1:9). Pero ahora, en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estábais lejos, habéis sido hecho cercanos por la sangre de Cristo. (Efesios 2:13) La sangre del Señor es el medio eficaz de comunión, por lo que esa copa se menciona primero en lo que se refiere a la Mesa.

Cuando las Escrituras mencionan una copa, generalmente se relaciona con la porción o suerte del que la bebe. Se utiliza copa como una expresión simbólica, pero de porción real. Hay copas de bendición y las hay de maldición. «Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte.» (Salmo 16:5) «…La copa que el Padre me ha dado ¿no la he de beber? (Juan 18:11) «Sobre los malos hará llover calamidades; Fuego, azufre y viento abrasador será la porción del cáliz (copa) de ellos.» (Salmo 11: 6) La copa del creyente es una copa de bendición. «Aderezas mesa delante de mí… mi copa está rebosando» (Salmo 23:5) La base y principio de la comunión, y de toda bendición añadida a ella, es la sangre del Señor Jesucristo. Luego, siempre referido a la Mesa del Señor, se menciona el pan .»Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan.» En este texto encontramos una vez más una expresión simbólica, aquel pan, uno solo, es el Señor Jesucristo. En Juan 6:48-51 leemos: «Yo soy el pan de vida… Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de Ël come, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo»

Entonces, mientras que en la mesa del Señor las expresiones copa y pan son simbólicas para expresar la porción espiritual, efectiva y permanente, que el creyente goza en Cristo; en la Cena del Señor el pan y la copa son elementos reales que el Señor instituyó en carácter de símbolos momentáneos para que hagamos memoria de Él, hasta que venga. La expresión «hasta que Él venga» nos indica específicamente la extensión de esta observancia. Cada vez que participamos de la Cena del Señor y hacemos memoria de Él, recordamos también que pronto vendrá, y esa gloriosa esperanza de verle cara a cara renueva el gozo de nuestro corazón y nos da una perspectiva real del privilegio que disfrutamos como hijos de Dios..

Y por último una reflexión: La Mesa del Señor es de continuidad eterna, la Cena se prolongará sólo hasta que Él venga. Todo aquel que aún no participa de la Mesa del Señor, -por no ser un genuino cristiano redimido por la sangre del Señor- tampoco es digno de participar de la Cena del Señor. Que en verdad obedezcamos lo que el Señor ordenó: «Haced esto en memoria de mí».
«Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. (1ª Timoteo 1:17)