Los paladines de la Reforma (Parte #2)

John HusJuan Hus

En el “Sermón del monte”, Jesús enseñó: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos…”.

Por: Pablo Clase hijo

En el siglo XV Juan Hus, profesor de teología de la Universidad de Praga, Checoslovaquia, fue presa de una pasión incontenible por participar en la reflexión, discusión y apoyo de las ideas reformadoras de la época. Un hecho concreto le impresionó hasta lo más profundo de su alma: dos de sus amigos fueron procesados por la Inquisición bajo cargos de promover las convicciones teológicas del reformador Wyclif. Desde ese día, se propuso vivir y luchar por una meta: reformar a la Iglesia desde adentro.

Hus decidió abandonar Praga y refugiarse en el sur de Bohemia en 1412, para convertirse desde entonces en mensajero y transmisor de esa doctrina de libertad y salvación. Allí escribió algunas obras, en latín y en checo, en las que expone su visión de lo que debe ser una iglesia fiel. Las más conocidas son “Exposiciones de la fe”, “Del decálogo”, “Del padrenuestro” y “Sobre la iglesia”, que lo erigen en el ‘padre de la Reforma’.

Críticas a la Iglesia 

Ya este predicador llevaba en sí un firme propósito: devolver a la Iglesia su simplicidad primitiva, fundándose como única autoridad legítima en las Sagradas Escrituras. En su libro “Sobre la iglesia”, por ejemplo, Hus fue más lejos que Wyclif, al sostener que los predicadores podían comunicar el evangelio sin el consentimiento del Papa o sus obispos; más aún, negó la legitimidad de los altos oficiales del clero. Así anticipaba la hazaña temeraria de Martín Lutero: el desafío de la autoridad jerárquica de la Iglesia católica.
Sin embargo, al comprometerse de este modo, Hus se encontró en seguida con una decidida oposición dentro del catolicismo checo. Sus críticos no solo analizaban su doctrina, sino también sus prácticas. Le censuraban el uso del idioma nacional (el checo) para la predicación, su crítica a la simonía y a la venta de indulgencias y, naturalmente, el permitir a los laicos interpretar las Escrituras.

El concilio lo acusa y condena 

En 1414, Hus fue citado ante el Concilio de Constanza, al que se presentó con un salvoconducto imperial. Le invitaron a defender de un modo convincente sus posiciones teológicas. El debate se basó mayormente en sus prácticas y en su obra “Sobre la iglesia”. En otras palabras, convirtieron una discusión teológica en un proceso disciplinario. Le acusaban de ser un seguidor de Wyclif, y si no se retractaba, lo condenarían a la hoguera por hereje.

Como se negó a ello, un obispo se puso e pie para leer la sentencia. Hus fue declarado obstinado discípulo de Wyclif, repetidamente desobediente a las autoridades de la Iglesia, que ilegalmente apelaba su caso a Jesucristo. Como incorregible hereje, debía ser despojado de su oficio sacerdotal y entregado a las autoridades seculares para ser quemado. Sus escritos también serían quemados públicamente al mismo tiempo que él.

VALIENTE EN LA HOGUERA

Al comprender que su fin había llegado, Hus cayó de rodillas y oró en voz alta: “Señor Jesucristo, te imploro, perdona a mis enemigos por tu gran misericordia”.

Antes de encender el fuego, sus acusadores se acercaron a Hus una vez más y le pidieron que se retractara. Mientras la multitud observaba en silencio, Hus alzó su voz y dijo en alemán: “Dios es mi testigo de que la principal intención de mi predicación y todos mis demás actos o escritos fue solamente para apartar a los hombres del pecado. Y por esa verdad del Evangelio que escribí, enseñé y prediqué según los dichos y exposiciones de los santos doctores, estoy gozosamente dispuesto a morir hoy”.

Cuando las llamas comenzaban a crecer, la voz de Hus se escuchó cantando a gran voz: “¡Cristo, tú, hijo del Dios viviente, ten misericordia de mí”. Solo pudo cantar la frase tres veces. El viento hizo que las llamas alcanzaran su rostro. Hus oraba en voz baja hasta que las llamas lo consumieron. Su cuerpo era destruido de este modo, mientras su espíritu subía a la presencia del Señor.

En el “Sermón del monte”, Jesús enseñó: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos…”.